domingo, 15 de febrero de 2009

En la muerte de Steve Lacy


Llevaba cuatro días muerto y ni nos habíamos enterado. Alguien, un enterado, que nos viene con la cosa, que Steve Lacy se ha muerto, y que nadie ha dado la noticia aquí ni en ningún sitio. Un tipo discreto hasta para morirse, además de un genio, solo que esto aquí nadie lo supo hasta que unos insensatos, en Santander, se lo trajeron para un festival principiando los ochenta, según creo y recuerdo. Y allí que nos fuimos la “crítica joven”, José Manuel Gómez y servidor, para escucharle y hablar con él en la que fue, con seguridad, la primera entrevista que se le hizo en este país (publicada en Quartica Jazz) y la única por mucho tiempo, porque pasó mucho antes de que nadie se enterara de que existía un músico de jazz que se llamaba Steve Lacy; uno que empezó tocando “dixieland” y terminó acompañando a Thelonious Monk y, mutatis mutandi, a Cecil Taylor (o a un extraviado percusionista hindo-japonés, a un bailarín sordo de “avant garde”...); que tocaba el saxo soprano, instrumento puñetero donde los haya, del que llegó a ser especialista consumado y sin igual en el mundo del jazz; que fue un compositor de fuste y una cabeza pensante como no ha habido muchas en el género, un investigador... aunque no con la asiduidad con que visitaba Francia, país en el que llegó a residir, también viajó con cierta frecuencia por estos lares junto con su cuarteto/quinteto e Irène Aebi al cello (con suerte, Steve Potts al saxo alto), al San Juan Evangelista, en Madrid, creo que por última vez al Festival de San Sebastián, lugar en el que fue honrado como se merecía. Y resultó que todos éramos “laciófilos”, o así. La crítica se ocupó de su persona y glosó sus discos, que pasaron a ser “rigurosos” porque Lacy gastaba chaqueta americana y pantalón con raya y era un pasmarote sobre el escenario. Los remenéos, se los reservaba para sus clamorosas salidas nocturnas, de alguna de las cuales fue testigo el firmante. Si Lacy fue riguroso o metódico, si se entregó a un proceso de “deconstrucción” metodológica del temario jazzístico con paciencia de relojero, todo ello le condujo a cualquier lugar menos a una música que pudiera calificarse de introsprectiva/cerrada en sí misma. Pocos músicos más desconcertantes que S.L. de quien nada podía esperarse, sino lo inesperado. Una frase -el jazz como “el sonido de la sorpresa”- le situó al margen de tendencias y modas, contras ellas. Steve Lacy era nuestro antídoto contra la modorra, la molicie y Wynton Marsalis. Hasta la fecha, el único músico de jazz que ha tenido la gentileza de agradecerme por vía postal uno de mis escritos. Un caballero.


(Publicado en Cuadernos de Jazz número 83 Julio-agosto 2004)

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