martes, 12 de mayo de 2009

Angel Rubio en Swimming-pool Aladino

Angel Rubio en Siria
foto: J. M. García Martínez

Uno no se sube al Metro en la estación de la Puerta del Sol dirección Cuatro Caminos para llegarse a Damasco; uno, mas bien, se siente explorador indómito paseando por los zocos de esta ciudad magnífica de siete millones largos de almas y ningún turista. En Damasco no hay mochileros, escandinavas de piernas como columnas dóricas ni post-hippies de cara lavá y rulos rasta de diseño. En Damasco, tras el 11-S, no hay más que damascenos.

Uno no puede aspirar a llegarse a Damasco en otra compañía que la de Ángel Rubio, pedacito de la historia del jazz en este país. A Ángel, que es rubio, porta coleta y pantalón corto, se le cubre sus extremidades con un faldón de color caca antes de visitar la mezquita de los Omeyas. Existe testimonio gráfico.


Damasco, mezquita de los Omeyas
foto: J. M. García Martinez

Como todas las mezquitas del mundo, pero ésta más, la mezquita de los Omeyas de Damasco es para perderse uno en uno mismo, menos para atender a su detalle arquitectónico o a su circunstancia histórica. En la mezquita de los idem. se reza o no se reza, se come, los niños echan carreras, los jóvenes hacen manitas y los más viejos, dormitan. La mezquita, que no la Iglesia, invita al regocifle, es el refugio oreado en la canícula, la taberna non-stop para el sediento. Uno se acoge a su lecho alfombrado y desaparece en el bullicio del establecimiento sabiéndose que no faltará quien le aborde con ánimo dispuesto ni quien le ofrezca el universo mundo en un apretón de manos.

A Rubio, en lugar como Siria, se le encuentra en la media noche, haciendo dedos en un banco del parque, rodeado de un grupo de noctámbulos entusiastas del jazz; puede que ubicado en lugar preferente a modo de escenario, teniendo a su frente al alcalde de la ciudad de Idlib, en recital programado. La música que Ángel ha escogido para la ocasión rezuma esencias que no son extrañas a esta tierra que vio nacer a Ziryab, padre-padrone de las músicas árabes y también del flamenco, en quien se reconocen los tocaores que son y han sido.

La deriva del asunto le lleva hacia aguas antaño transitadas por quienes, se decían, discípulos del brasileño Gismonti; en los setenta, A.R. fue uno de ellos. Para finalizar, un Giant Steps cargado de simbolismo aunque escurridizo. Hay quien lo confunde con una bossa nova (Ángel, lógicamente, se ofende). También hay quien ya le tenía escuchada la pieza, hallándose referido y referente, junto con algunos testigos -Ana Ganduxer (reconocida documentalista) y Lorenzo “Tito” Alonso, magnate del jazz en Soto del Real, integrantes, los cuatro, de la expedición de artistas e intelectuales que giraron visita por la región en julio-, en el uso y disfrute de la noche damascena, en marco incomparable cual resulta ser la llamada Swimming-pool Aladino.

Angel Rubio: recital en Idlib
foto: J. M. García Martínez

Para quien no conozca el lugar, hágase la idea de una planicie someramente arbolada de dimensiones regulares, ocupada en sus tres cuartas partes por la masa líquida consustancial a dicho tipo de establecimientos. Por lo demás, su única función parece ser la de proporcionar un frescor con el que aliviar a los rigores del estío damasceno. Los parroquianos endomingados –ellas, con chador-, se hallan dispuestos en grupos de a cuatro, alineados a lo largo de la orilla.

El embrujo de Swimming-pool Aladino se explica en la quieta acumulación de sensaciones que embarga a quien lo visita; en un alzar la mirada hacia la lejana nocturnidad lechosa y enigmática o en un detenerla a la altura de la techumbre poblada por diminutos puntos luminosos con los colores del arco iris. Hay un canto de fondo, que bien pudiera ser el del gran Farid el Atrache, nacido por estos pagos, y el canto, que se superpone, del almuédano; hay un zumo de frutas de colores vívidos y sabor dulzón que bien pudiera contener algo de alcohol o no contenerlo, según nos refiere con expresión indiferente el jefe de camareros, y una pipa de narguile siempre a punto emanando vapores aromáticos que provocan un leve aturdimiento de los sentidos, sin lo cual no se entendería ninguna velada en Swimming-pool Aladino. Con todo ello, compusimos los forasteros un cuadro irreal y exótico por cuyas hechuras colábanse cual gotas de raro elixir, los fragmentos de la melodía tantas veces escuchada, tan distante pero tan unida a lo más íntimo de nuestra educación sentimental... como por encanto, la obra del genio de Hamlet, North Carolina, alcanzó su pleno significado en aquel extraño y remoto lugar sin lugar en los mapas, tal cual se tratara de una pieza de rompecabezas que, finalmente, hubiera encajado en su lugar.

Al tiempo que sonaba Giant Steps, transformada en un lamento melancólico e indolente por la guitarra de Ángel Rubio, millones de estrellas nos contemplaban y probablemente se preguntaban qué hacíamos allí.


Angel Rubio, "live in Idlib"
foto: J. M. García Martínez



(publicado en Cuadernos de Jazz número 79 noviembre-diciembre 2003)

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