miércoles, 27 de diciembre de 2017


Airto Moreira: 2 títulos y 1 sólo texto 

Airto Moreira, durante su actuación en Blue Note Rio
Foto: Ariel Subira


Airto Moreira, o músico que o mundo venera e o Brasil pouco conhece

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Airto Moreira: el regreso del percusionista pródigo

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jueves, 7 de diciembre de 2017


Blue Note Rio / Guinga & Maria João



Dios los cría y ellos se juntaron

La vida en pareja tiene estas cosas. Uno se enamora, formaliza la relación, y termina necesitando de un Km de Vantagens Hall” para que quepan los invitados al bodorrio, siendo así que los contrayentes se llamen Marisa Monte y Paulinho da Viola, un ejemplo.

A Maria João y Guinga, por el contrario, les bastó un Blue Note en noche de lunes -la de ayer, mismamente- para ver cumplido su deseo de presentarse ante la audiencia carioca. El uno, tocando la guitarra y cantando; la otra, haciendo esa cosa que ella hace, que algunos llaman canto, y otros ululato, gorgojo, graznido, relincho o barrito, que es lo que hace el rinoceronte cuando acude a una fiesta de la alta sociedad sin estar invitado.

Uno veía a la cantora, o lo que sea, luso-mozambiqueña, y creía estar viendo a una vicetiple aquejada por algún tipo de trastorno de la personalidad, o a toda una compañía operística reunida en una única garganta, por lo que canta, y por cómo lo canta, su intensidad de prima donna de las tablas, su viajar incesante de arriba abajo del registro, Maria-chiquinha, Maria-Joe Cocker; su no pararse quieta ni para echar mano de la botella (de agua mineral, por supuesto). La cantora, o lo que sea, usa y abusa de la canción, pero así es ella y así queremos que siga siendo, aun cuando, en ocasiones, uno hubiera agradecido un algo de quietud. Para entender lo que estaba cantando, más que nada.

Y, junto a ella, calladito, como pidiendo perdón por existir, Guinga. Resulta que los protagonistas de la velada del lunes vinieron a dar sus primeros pasos fuera de la madriguera en la misma España, con algunos años de diferencia. Maria, actuando a concurso en el Festival de Jazz de San Sebastián, junto al trío galaico-portugués Clunia Jazz; Guinga, ofreciendo su primer recital fuera de Brasil en el más que mítico colegio mayor San Juan Evangelista, de Madrid, previo paso por algunos de los establecimientos representativos de la alta y la baja cocina madrileña, lo que el interesado recuerda con particular deleite, dicho sea de paso. En aquel tiempo, aún ejercía como dentista: la música era un complemento vitamínico que le llevaba a olvidarse del cliente en el “potro de tortura”, caso se le viniera a la mente un acorde de guitarra de aspecto amenazador. Y es que, en Guinga todo resulta sorprendente. El guitarrista, cantante y tantas cosas más es uno de esos milagros que produce la MPB de vez en cuando. Que siga habiendo quién no le dé la gana darse por enterado, constituye uno de los grandes misterios de la humanidad, comparable al origen de los crómlechs de Stonehenge.

Guinga camina hecho un ovillo por el territorio brumoso de una “brasileñidad” reconocible y sutil, extremadamente sofisticada en su desarrollo armónico, y absolutamente arrebatadora, en su envoltura poética. Es poeta, y profeta, Villa-Lobos y João Gilberto. No pretende llamar la atención, pero la llama. Y tiene junto a él, aunque no se le vea, a Aldir Blanc, vistiendo sus melodías de un lirismo trasnochado y delicioso (“Sete estrelas”, “Vô Alfredo”…) Y lo que resulta de ello, que es la crónica única de un único amor que muere antes de nacer, o nace para terminar desembocando en las aguas del desamor. Y hay algo de crónica urbana, de ensoñación bien carioca, en las composiciones de Guinga-Blanc. Sólo falta Maria João, especie de orfeón portátil, de zoológico unipersonal, llevándose el aria de paseo vaya Vd. a saber a dónde, y hay quién en la noche de autos opinaba que no parecía ser la cantante indicada para este tipo de repertorio, la cosa del Brasil first: habiendo material sobrado aquí, ¿para qué importar mano de obra extranjera?, sin entender que eso es, precisamente, lo que se necesita en estos momentos. Menos “Anittas”, y más “Marias João”. O sea.

Chema García Martínez


Publicado en El País Brasil
         El País


miércoles, 1 de noviembre de 2017




CHEMA GARCÍA MARTÍNEZ - LOS ALQUIMISTAS ESTÁN LLEGANDO


Chema García Martínez es uno de los grandes de la crítica musical y le sugerimos una sesión sobre cómo los jazzistas pueden llegar a salirse de la galaxia conocida. En el proceso Chema se fue a vivir a Brasil y francamente parece que ha cambiado de planeta: Sun Ra Los ChunguitosFernando Arrabal y el free-jazz, Duke Ellington Groucho MarxDexter Gordon y MC5La Lupe en un tema en que no canta con Mongo Santamaría… y así… los alquimistas van llegando (La pócima que llevan los cohetes que te envían fuera del universo).



“Un bulto redondeado, grisáceo y del tamaño aproximado al de un oso se levantaba con lentitud y gran dificultad saliendo del cilindro. Al salir y ser iluminado por la luz relució como el cuero mojado. Dos grandes ojos oscuros me miraban con tremenda fijeza. Era redondo y podría decirse que tenía cara. Había una boca bajo los ojos: la abertura temblaba, abriéndose y cerrándose convulsivamente mientras babeaba. El cuerpo palpitaba de manera violenta. Un delgado apéndice tentacular se aferró al borde del cilindro; otro se agitó en el aire. Los que nunca han visto un marciano vivo no pueden imaginar lo horroroso de su aspecto…”. (H.G. Wells La Guerra de los mundos 1898)


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martes, 15 de agosto de 2017


La caja 54



Reflexiones post mortem de un crítico de jazz


Ocurre que morí, y ni me di cuenta. El deceso, mi muerte, o sea, sucedió el jueves 27 del pasado mes de julio, a las 13:30, en la ciudad de Madrid, zona de Ventas. Se da la circunstancia de que, minutos antes del suceso, había depositado, no sin sudor, no sin lágrimas, una caja de cartón corrugado con el número 54 en el camión, furgón, o similar, que iba a trasladarla, junto a las 53 restantes, a la ciudad de Valencia, para quedar depositada en los anaqueles de la institución que vela por mi legado material.

Contenido de la caja 54:

-         - Dos “Saturn” de Sun Ra en “negro-Malévich” conteniendo los temas “Cosmos rendezvous”, “The Double that…”, “The Ever is…”, etc.

        - Seis “V Discs” originales en razonable buen estado (orquestas de Gene Krupa, Guy Lombardo, Jack Teagarden, Glenn Miller…).

-          - Una colección de en torno a 20 números la revista Players, equivalente afroamericano de Playboy (últimos setenta/primeros ochenta). “Conste que, para mí, eso también es jazz”, le escribo al encargado de la custodia de mis cosas, así las tetas y los culos como las entrevistas y los relatos de Amiri Baraka.

-          - Fotocopia de un cheque firmado y rubricado por el vasco Rekalde.

-          Edición probablemente original de “Ascenseur pour l´echafaud” (Fontana), con Miles y Jeanne Moreau (QPD) en la portada.

-          - Las grabaciones de Louis Armstrong de 1927 y 1928 en edición dura como una piedra de la Compañía del Gramófono Odeón S.A., Barcelona, de 1958, El ejemplar perteneció a mi padre y fue mi primera introducción al jazz (hubo otras).

-          - Etc.
-    
       
La mía ha sido una muerte lenta y sufrida, como cualquier muerte que se precie, con su agonía forjada al calor sofocante del verano post-cambio climático madrileño, y su desenlace inevitable e imprevisto. Una muerte en soledad y sin aparato mediático: uno, la parca y un muro de detritos, que algunos llaman “cultura”, delante de uno.

Ha sido mi primer mes de julio en décadas fuera de los focos y cuanto lo acompaña, los pintxos y las pitxurris, las apreturas, las habitaciones de hotel, siempre las mismas;, las polémicas, siempre diferentes; San Sebastián, Vitoria y Getxo… las muchedumbres dejaron paso a la clausura del almacén; las blancas arenas, al cemento, el de mi ciudad, en la que nací, y en la que no resido, ni ganas. Sólo, enfrentado a mi demonio interior, a la muerte. La sensación de desamparo resulta desconcertante y reconfortante, a un tiempo. Éste viaje debo llevarlo a cabo por mí mismo. Nadie puede hacerlo por mí.

Solo frente a mi soledad y un Himalaya deshilachado y abrumador de papeles amarilleados por el tiempo –“el tiempo es una cosa que pasa por tu lado”, anoto en mi cuadernito de anotar, “y, cuando te quieres dar cuenta, se ha ido”-, anotaciones jeroglíficas, fotografías envueltas en la bruma del olvido, “¿ese soy realmente yo?”, notas a pié de página… los downbeats y las jazzmagazines; las quarticasjazz y los cuadernos de idem; los jazzforums… las novelitas primiseculares “de tono” (de “mal tono”, se entiende) que utilicé en mi libro sobre el jazz en España; mi primer artículo publicado del año 1973 en torno a… ¡Alice Cooper!. El siguiente, sobre Thelonious Monk… todo está ahí, esperándome, convertido en espejo que me revela los cambios que en lo más profundo de mi mismo he ido experimentando al contacto con la realidad de este mundo del jazz para el que vivo desde hace cuarenta y pico años.

… y los libros. Los testimoniales -“Jazz inchiesta Italia”, de Enrico Cogno, la huella indeleble del sesentaiochismo-, los incunables -“Aux Frontières du jazz”, del belga Robert Goffin, edición original de 1932-, los inevitables –Comolli, Julio Coll, Miguel Sáenz-, pero aún Stanley Crouch no había dicho que el jazz es una cosa que es, y no una cosa que según cómo se mire.

Y las cartas, porque a veces llegan cartas con sabor amargo, con sabor a lágrimas, con sabor a gloria, con olor a rosas, aunque hoy, las cartas, solo vienen del Banco de Sabadell o el juzgado; cartas de colegas, de amantes, de las gentes del business, los managers, los managers de los managers, los productores, los programadores, los que pasaban por ahí y nos vinieron a tocar los cojones; cartas de músicos, felicitaciones de Navidad, cartas-bomba de efecto retardado…  

… y los telegramas y los telefaxes; las declaraciones de amor y los “me cago en tu padre”; de éstos, unos cuantos. Y los exvotos (así, la caña de saxofón obsequio de Rahsaan Roland Kirk), y los programas de mano, de cuando todavía se hacían; y las instancias a la autoridad competente emitidas por, entre otros, Tete Montoliu por letra de su guitarrista, Jorge/Jordi Pérez. Eran otros tiempos, felizmente.

… y los memorándums tan solemnes como inútiles que sucedieron a los congresos a los que fui invitado –Essen, Friburgo, La Haya, Tallin…- y a los que, pese a ello, acudí, y de los que salí huyendo como alma que se lleva el diablo… “sólo hay una cosa más aburrida que un crítico de jazz”, escribo en mi cuaderno de escribir: “2 críticos de jazz”.

Y mis textos publicados a lo largo de mi vida profesional, en los que empecé descubriendo América hasta que América me descubrió a mí, lo que es el destino de todo escritor o periodista. Ahí está todo: mis (posibles) hallazgos y mis (seguras) meteduras de pata; los recuerdos de los tantos encuentros al calor de la barra de un bar, o del hogar; las entrevistas, los viajes, Sonny Rollins en Germantown, Ornette Coleman en el Fashion District de Nueva York; cuanto podía contarse, y conté, y lo que no, y callé. Un alma caritativa reunió mis escritos por mí, los clasificó por épocas y los introdujo en unas bonitas carpetas de anillas que yo me encargué de desvencijar hasta hacer de todo ello, mis artículos y las carpetas de anillas, un totum revolutum sin orden ni concierto. Lo confieso no sin vergüenza (aunque sin exagerar).

De mi documentación en torno al jazz en España, me quedo con Wenceslao Fernández Flores y su “Música demente”: “la música negroide imbeciliza”, escribe ufano el insigne cronista de la Galicia caníbal, hace un sol del carallo. Por ahí se va el programa del XLV Festival “Club de Jazz de Villafranca” con su ruego de no asistir a los conciertos a “los no iniciados al jazz”. Y otro, correspondiendo al “Festival Casino Fin de Semana” celebrado en el Cinema Proyecciones y organizado por Radio Madrid, con premio para la señorita o el caballero capaz de citar el título de 5 discos emitidos durante el intermedio del programa homónimo, premio de un lote de artículos de belleza para ella, de aseo, para él. O aquel, bastante más pobretón, que anunciaba un festival internacional de jazz en Burgos, nominalmente “Jornadas Culturales en torno al Jazz”, organizado por la Joven Crítica (José Manuel Gómez y servidor), del que debieron venderse 2 entradas por concierto. Naturalmente, el festival se suspendió al segundo día, con los organizadores tomando el primer autobús para Madrid camuflados bajo sendas caretas con la imagen del presidente Richard Nixon. No sería la última vez que nos viéramos obligados a hacerlo.

A lo que iba. Resulta q0ue que bucear en mi patrimonio jazzístico es/fue un recorrer la historia de los medios de reproducción sonora a lo largo del siglo, de los primeros rollos de pianola a los discos de 78 RPM que sirvieron para el disco que acompañó el tocho sobre el jazz en España, y editó Blue Note; el microsurco (singles, epés, elepés…), el casete, que utilizaba en mis entrevistas y para mis bootlegs de conciertos; la cinta abierta, el cedé, el minidisc… lo que, en términos periodísticos, significó pasar de la estruendosa máquina de escribir y el papel al fax y el ordenador personal, la inmaterialidad, o sea.

Vinilos, guardaba los que no revendí previamente muy por debajo de su precio en alguno de los comercios del ramo de los que he sido asiduo; los que realmente me gustaban, la crème de la crème; aquellos por lo que sentía algún afecto por haberme acompañado durante mi existencia de adulto; las ediciones originales, exóticas o censuradas… un Milt Jackson “made in the URSS” de la época de Kruschev; el tremendo “Jazz caliente, cerveza fría”, editado por Decca-Columbia, con lo mejorcito del jazz inglés de posguerra; una edición “estrictamente para los amigos” de aquel saxofonista de vanguardia de quien, hoy, pocos se acuerdan… el ejemplar descabezado de “Sketches of Spain”, con el disco y sin la portada que tuvo a bien “rediseñar” para mí el autor del disco en un momento de flaqueza, o de inspiración, y que hoy debe lucir convenientemente enmarcada en el living room de su ilegítimo propietario (él sabe)… son las cosas que el aficionado no olvida, incluso uno que nunca fue lo que se dice un coleccionista. Los coleccionistas: otra especie a cuyo contacto experimento un sopor irrefrenable, como me sucede con los críticos de jazz.

En cambio, me pirran las extravagancias, dislates y chaladuras a que dio la “burrámia” de los ejecutivos discográficos de cuando el vinilo; las portadas inenarrables, con los nombres de los intervinientes equivocados y las piezas confundidas: lo que los angloparlantes llaman “albums for lefties”. De éstos, unos cuantos: Sting, Miles Davis y “Jill Evans” (sic) en Umbría (edición no oficial); Dave McKenna y el cuarteto de Wilbur Little tirando por lo erótico-hortícola en “Oil & vinegar” (una de las portadas más escalofriantes de la historia del jazz). O éste otro: “Para ti, los mejores”, con interpretaciones de Bee Gees, Gary Glitter y David Cassidy, entre otros, y Sun Ra y la Arkestra luciendo sus galas galácticas a todo color en la portada... y esto, ¿cómo se come?.

Asimilo a lo anterior los discos alimenticios –Lee Konitz de pajarita y rodeado de pin-ups tocando las melodías de “All that jazz”, Chet Baker y los mariachis codo con codo…-, inusuales –el inquietante “Looking out”, de Peter Ind, o el fastuoso “Danzón con Generoso”, de Generoso Jiménez-, coyunturales -Miles Davis emergiendo del sobaco de Arnold Schwarzeneger en el recopilatorio “Rock 71” editado por CBS, un must para las gentes del “rollo” por entonces-, así como los dedicados por sus autores. Algunas dedicatorias hablan por sí mismas: las de Machito (“sí! sí! no! no!”), Philly Joe Jones (“Peace”), John Zorn (ilegible) o Betty Carter, en el día de su cumpleaños (“Wolderful night!!!”). Y, aunque fuera en un libro y no en un disco, la dedicatoria-brindis de Antoni Tendes, a quién sorprendí en su refugio de la librería Batlle, en uno de mis viajes a Barcelona: “!viva el jazz genuino!”, me garabateó el ilustre protocrítico en un ataque de genuino entusiasmo sincopado.

Súmase a lo anterior, las entradas a conciertos, las  acreditaciones periodísticas, los banderines de enganche, a los que tan aficionados fueron los responsables de los “hot-clubs”; la cartelería, una mina. Art Blakey en Balboa Jazz, Astrud Gilberto en el San Juan Evangelista, cuidadín, cuidadín; los flyers fotocopiados, Bill Evans Trío “por primera vez en Madrid, y siguiendo nuestra ruta de presentaros a las primeras figuras de este arte”; Cecil Taylor en el Palacio de los Deportes, y llenándolo. En el fondo de todo ello, el hambre perturbadora del tardofranquismo, el miedo, los palos, los grises, los cardenales, la eclosión de los ochenta, Oscar Peterson en la portada de ABC, asunto éste de la “transición jazzística” de una magnitud difícil de explicar a quién no la vivió y que, acaso, pueda resumirse en el “!Gerry Mulligan en Don Benito!”, que fue el “Fuenteovejuna, todos a una” de los aficionados al jazz de entonces, aunque el saxofonista saliera de la villa pacense maldiciendo su mala suerte y a quien le llevó hasta allí.

Y, junto a los tales, mis otros “yos”, hablando de mi experiencia no por breve menos intensa, como crítico cinematográfico, probador de menús en restaurantes de lujo, dotador de voces para GPS, escritor de relatos pornográficos para diversas publicaciones del género… cuanto me perteneció y ya no me pertenece, porque así lo he dispuesto en documento oficial, a falta de la firma correspondiente, dispuesto y empaquetado en la forma adecuadamente caótica, cual corresponde a mi natural errático y resulta de las sucesivas mudanzas a las que me he visto sometido en mi peregrinar de hogar en hogar, y de amante en amante, volando voy, volando vengo, por el camino yo me entretengo. Detrás, una carrera producto del azar y la necesidad: la mía. No quiero pensar en la expresión del destinatario de las susodichas 54 cajas ante lo que se le viene encima: “si abres una y te encuentras con una txapela, es la que se calzó Sonny Rollins en su concierto de Vitoria del año…” Tengo coartada. Visto desde un punto de vista epistemológico y sistémico, todo esto –el caos, la mezcla, la mierda- no es sino reflejo de la promiscuidad que reinaba en el jazz en los años pre-políticamente correctos que a uno le tocó vivir. Lo pienso, pero me lo callo. Por prudencia, más que nada.

Quienes me conocen se preguntarán intrigados cómo he podido permanecer un mes a solas conmigo mismo y sin ver la luz del día, respirando el tipo de miasmas que desprende la materia inorgánica en proceso de descomposición. En realidad, mi menú veraniego, no muy variado, pero algo sí, se dividió entre todo aquello de lo que vengo hablando, y la lectura de las crónicas que, sobre los festivales de Vitoria y San Sebastián, vino publicando  mi sucesor en el medio para el que he venido escribiendo durante los últimos 13 años. Hacerlo, me confirmó lo que ya sabía: que nadie es insustituible. Eso, y que no hay nada nuevo bajo el sol. Y que la memoria del lector es flaca. “Son otros los tiempos”, me consuela quién me conoce, como si hiciera falta. “Y otros los requerimientos del aficionado ante la crítica”. Y otra la crítica, añado para mí mismo; y otro el jazz.

“Músicos de jazz, haylos”, escribo citándome a mí mismo. “Lo que no hay es jazz”.

“Ahora somos islas”, me cuenta Joachim Kühn con voz trémula en conferencia desde su sancta santorum ibicenco, “antes éramos océano”.

En algún momento me propongo acudir a algunos de los magníficos conciertos que ofrece la ciudad en verano, quién te ha visto y quién te ve, Madrid. No lo hice, por puro agotamiento, o porque los muertos no van al jazz, que se sepa, al menos. Me contento con asistir vía streaming al concierto que ofrecen los alumnos de la Summer Jazz Academy en la sede del JATLC, en Nueva York, bajo la dirección de Wynton Marsalis. Ninguna conclusión, más allá de la uniformación de la muchachada, en un verde-grisáceo desvaído que espeluzna.

¿Y qué estado de desesperación inconcebible lleva a uno a escuchar un concierto de Wynton Marsalis vía streaming cuando podía estar haciendo cualquier otra cosa?. Entiéndalo el lector: uno tenía sus defensas bajas, sería porque uno no se muere todos los días. Pero no puedo quejarme. Mi vida ha sido larga y fecunda, azarosa y productiva, dentro de lo que cabe. He hecho, a lo largo de la misma, cuánto se me ha venido en gana sin rendir cuentas a nadie, más allá del Jefe de Redacción, a veces, ni eso. Momento es de zarpar como el poeta, ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos del mar.


Epílogo

Veo al camión, furgón, o similar, alejarse calle abajo camino de Valencia y del organismo semioficial que va a hacerse cargo de mi legado en forma de 54 cajas numeradas y selladas, hasta donde ello le fue posible al que suscribe. Y es en ese momento que lo veo claro: soy yo el que viaja en esas cajas; yo el que, con ellas, muero.

Siento una mezcla de alivio y melancolía. A lo mejor, lo que tengo es hambre.


Chema García Martínez



Nota del autor. Con éste texto devuelvo a la vida a éste blog, En él anuncio la muerte del creador del mismo, servidor de Vds., acaecida durante el pasado mes de julio.

martes, 27 de junio de 2017


El jazz llega a las calles de São Paulo

Daniel Daibem en São Paulo
Foto: JMGM


La calle también fue suya

El domingo, día 18 de junio, 3 millones de militantes, simpatizantes y/o curiosos, se echaron a las calles de São Paulo para celebrar la diversidad sexual en sus diferentes variantes. 24 horas más tarde, 150 personas asistieron a un concierto de jazz en una plaza recoleta de la misma ciudad. Que no es lo mismo 150 que 3 millones, lo sabemos. Que los números no lo son todo, también.

En Brasil, pero no sólo aquí, la media gusta de las grandes cifras, los decibelios, las proclamas altisonantes, y pasa por alto un acto, no por minoritario, menos carente de significado. Llevar el jazz a la calle es materia que, en otras partes del mundo, no se discute. El jazz, se nos dice, es “la música clásica del siglo XX” y, como tal, merece una consideración, así como la merecen sus seguidores, simpatizantes y quienes, en la noche de autos, y sin conocer de qué iba el asunto, se encontraron con una clase magistral en torno al género sin necesidad de rascarse el bolsillo. Culpable del asunto: Daniel Daibem.

Guitarrista, cantante (más bien de circunstancias), mayormente conocido por sus programas divulgativos en Radio y TV., Daniel Daibem -con “eme” de “María”, advierte-, es intérprete de la vieja-nueva guardia, entendiendo por tal la que reúne en un mismo saco a Wes Montgomery y Angus Young, el guitarrista de AC/DC; cómo nadie puede compaginar los estilos del uno y el otro es algo que escapa a la comprensión de éste cronista. Y eran él, y los integrantes de su atildado cuarteto, de una juventud exultante, que se dice; y un repertorio muy ad hoc, con proliferación de clásicos del jazz –“Route 66”, “I got a woman”, “Moanin´”…- y versiones en jazz de los clásicos locales -“Codinome Beija-flor”, de Cazuza-. El concierto, tan cargado de intenciones como de buen jazz, tuvo de especial el lugar: el callejón/glorieta que la municipalidad paulista ha tenido a bien dedicar a la memoria de Tim Maia, el llamado “padre del soul brasileño”, de vida atribulada; un héroe para la parroquia local.

 Imagine el lector una placita de aires parisinos, el skyline de la ciudad al fondo, y el personal yendo y viniendo, y quedándose; el ciclista que detiene su marcha para ver de qué va aquello, y el que ha sacado a pasear al caniche, y lo mismo. Y, allá abajo, los músicos, recogidos en un a modo de mini escenario, entre fardos de cebada dorada y cajas de cerveza con la marca de la entidad patrocinadora del acto. Todo muy íntimo y muy inusual para ésta ciudad. Por no faltar, no faltó el espectador de coleta y periscopio plumífero, quién sabe si perteneciente a alguna tribu indómita del interior de la avenida Paulista. Con lo que aquello venía a ser una especie de sucursal de la plaza de la Trinidad durante el Festival de San Sebastián, con los vecinos asomados a la ventana y la lluvia a punto de caer, que sí, que no, que al final fue que no. Y todos, los vecinos en sus casas, el caniche y su dueño, el indio de guardarropía, prestando sus 5 sentidos a una música que no entra por los ojos, pero sí por los oídos, con dulzura, calladamente; una música a la que hay que prestar la debida atención. Pero para eso estaba Daniel Daibem, entrando a la concurrencia en al arte de escuchar jazz, materia delicada como pocas, y agradecida como ninguna.

Resulta que el acto, concierto, clase magistral, o lo que fuera, tenía su intríngulis, su trasfondo: su parte invisible, por así decirlo. Era, por un lado, Daniel Daibem al frente de su cuarteto, en São Paulo; y, por el otro, Javier Colina, Josemi Carmona y los “Flamenco Jazz All Stars”, en Madrid; y Abe Rábade Trío, featuring Perico Sambeat, en Santiago de Compostela. Los 3 conciertos en el mismo día -19.06.2017-, y a la misma hora -19:06-, y con el mismo cartel de “gratis total” en los 3 casos. Como un concierto a 3 bandas, o 3 conciertos en uno. Detrás del asunto, una conocida marca de cervezas de qualité con fuerte presencia en el mercado brasileño. “Estrella Galicia”, su nombre, fue fundada en el año 1906, de donde el nombre de su producto estrella, valga la redundancia, y el del ciclo de jazz que viene celebrándose desde hace una década  (el lector recordará las crónicas viajeras de quien firma siguiendo al trío Fly, y al batería Al Foster, en su viajar por la geografía española). Con lo que el triple concierto vino a ponernos sobre aviso en torno a lo que se avecina: un ciclo “1906”, edición 2018, transcontinental y “trans-género”, lo que tiene menos que ver con las tendencias sexuales de los involucrados como con la presencia en la programación de otras músicas que no son jazz, pero podrían serlo. En el cartel, aún sin conformar, un plantel de grandes y no-tan-grandes nombres, pero igualmente necesarios, a los que habrá que sumar el nombre de Daniel Daibem. Con “eme” de María, por favor.

Chema García Martínez


Publicado en El País - Brasil con el titulo "Jazz íntimo nas ruas de São Paulo"

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viernes, 16 de junio de 2017


Paulinho da Viola encontra Marisa Monte



2 tímidos muy tímidos


Marisa Monte  canta “Carinhoso”, y no hay más que hablar. Que se pare el mundo, que yo me bajo.

Marisa Monte cantando “Carinhoso” es una cosa para ser escuchada tanto como vista; un asomo al alma inmortal del ser humano de apenas 2 minutos de duración. Y si, encima, está Paulinho da Viola tocando la susodicha (la viola), ya no se diga.

La cosa, que ambos dos astros de la MPB se re-reunieron el pasado fin de semana para hacer lo que les es propio en el re-rebautizado como “Km de Vantagens Hall” de la Barra da Tijuca, en Rio de Janeiro; un local tan acogedor como un hangar de aviación en noche de invierno, 80 reales de taxi desde el centro de la ciudad, salvo que la beautiful tiene el conductor de gorra de plato esperándoles a la puerta para llevarles de vuelta.

El título del espectáculo –“Paulinho da Viola encontra Marisa Monte”- da a entender que lo suyo fue un amor a primera vista, un “pasaba por aquí”, “Vd. primero, señorita”, y no. Resulta que los 2 jilgueros vienen intercambiando miraditas y canciones desde hace 2 décadas, con lo que están hechos el uno a la otra, y la otra al uno. Son lo más parecido a una pareja de hecho, en versión MPB. El personal lo sabe, y abarrotó el recinto por 3 noches consecutivas, a razón de 8.500 espectadores por gala. Total: 25.500 asistentes.

Ella, de rojo y azabache, el vestido vaporoso y el melenón cayéndole hasta los omóplatos; él, en su habitual estilo prêt-à-porter sobrio y elegante. Uno siempre ha tenido a da Viola por un gentleman,  tan discreto, tan de una pieza, dentro como fuera del escenario, con esa manera suya de colocar su voz de medio barítono a modo de colchón vicoelástico sobre el que viene a descansar la seda negra y colorada de su compañera de escenario. En “Paulinho da Viola encontra Marisa Monte”, el sambista lleva a la dama de la mano a su territorio, que es el del samba de los antiguos sambistas tristes y analfabetos, eruditos de a pie de calle que sólo le tienen a él para no caer en el más ignominioso de los olvidos. Con lo que Paulo César Batista de Faria (su verdadero nombre) viene a representar la memoria colectiva de un país desmemoriado, como lo son todos; su consciencia sentimental, dijérase.

Uno le busca defectos a Paulinho Da Viola, y sólo le encuentra uno: lo bajito que habla. Cuestión que no tendría mayor importancia de tratarse de una reunión de amigos, o similar, pero no cuando se habla ante un “Km de Vantagens Hall”, con los camareros y el personal enfrentados en lucha fratricida en pos de la caipirnha perdida, y la niña, que le han entrado ganas, vaya con la niña; y los que aprovechan para transmitir el acontecimiento en streaming vía teléfono móvil, incluyendo comentarios a viva voz… “lo que le pasa es que es tímido”, explica la cantora. “como yo, más o menos”.

Y fue así, como sin querer, que fueron cayendo “Carinhoso”, de Pixinguinha, em version doble, por aquello de su corta duración; y “Para ver as meninas” (“ao meu jeito eu vou fazer um samba sobre o infinito”), y "Roendo as Unhas” (“meu samba não se importa se desapareço, se digo uma mentira sem me arrepender”), composicones lãs 2 del próprio da Viola, música y letra; y la “Samba da Minha Terra”, de Dorival Caymmi, com su rima afilada y cachonda, “quem não gosta de samba bom sujeito não é”, equivalente al “com el paparabapapá, al que no le guste el vino, es um animal”, com que la bilbainada celebra lãs fiestas mayores allá, em el País Vasco; etc.

Con lo que el encuentro interestelar una especie de crónica del desamor por capítulos, con los 2 protagonistas felices y contentos de haberse conocido a pesar de su timidez, y un octeto de afinados instrumentistas secundándoles cual corresponde (entre sus cualidades, la de callar cuando la ocasión lo requería), y su momento tribalista (“Carnavalia”) y su momento Portela, inevitable; y “Carinhoso”, parte 1 y parte 2, que valió por el concierto. Pero eso ya lo he dicho.

Chema García Martínez


Publicado en El País- Brasil


miércoles, 14 de junio de 2017


Cantando con Tom Zé en Nueva York

Tom Zé en Nueva York
foto: JMGM


Canciones sobre sexo adolescente y arengas contra Temer

A las puertas del Howard Gilman Opera House, en Brooklyn, 2 voluntarias debidamente acreditadas como integrantes del comité “Defend Democracy in Brazil”, asaltan al viandante: “¿viene Vd. al concierto de Tom Zé?”, le preguntan, antes de hacerle entrega de una “Carta abierta al presidente ilegítimo Michel Temer”, a la que acompaña la letra de la “Marchinha fora Temer”, original del arriba mencionado: “Cante com Tom Zé!”.

La cosa, que el más desaliñado/iconoclasta/inestable (literalmente) de los cantautores octogenarios bsarileños, está aquí para contar sus cosas anti Temer y demás al numeroso público que ha acudido al suntuoso coliseo de estilo neo-alguna cosa, la mitad, o más, de presunto origen brasileño, todos con su flyer correspondiente. El concierto, mitin, o lo que sea, está organizado por una asociación non profit dedicada a la promoción de las “músicas del mundo”, que son todas las que no son Beyoncé y Justin Bieber, o sea, todas, o casi. Y el personal, el local, que no se cosca de nada.

Resulta que Tom Zé ha venido a su presentación en la ciudad de los rascacielos y los starbuscks concienciado de su deber como embajador de la música brasileña. Alguien de su séquito le ha convencido de hacer las presentaciones en inglés, sólo que Tom Zé no habla inglés (pequeño detalle sin importancia). Y es entonces que baja del escenario de un salto, ¡ale hop!, para consultar con la espectadora bilingüe de la primera fila, “por favor, sabe Vd. cómo se dice “criançaen inglés?”. Y es entonces que el patio de butacas le contesta a coro: “!child, Tom, se dice child!”. Y así.

El portunglés de Zé es lo que tiene: que no hay quien lo entienda, da igual si uno es angloparlante, luso parlante, o ambidiestro. Pero así es Tom Zé: se le quiere como es, naïf y delirante; un niño jugando a ser artista, y empleado de gasolinera y, de nuevo, artista. Y está el mono de trabajo con el que sale a escena, que es un recuerdo del Zé-currante anterior a David Byrne y a su “descubrimiento” por parte de la crítica anglo. Sin Byrne, sin todo lo demás, ahí seguiría, con su mono y sin su guitarra. Brasil castiga la heterodoxia y a los heterodoxos como Tom Zé o Hermeto Pascoal. Hay que haber cumplido los 80 para que el heterodoxo deje de serlo y se convierta en “leyenda”, y aparezca en los ecos de sociedad de O Globo.

Con esto que un concierto de Tom Zé es una mezcla de canción, performance, y algo que no se sabe qué es y tiene que ver con lo aleatorio, lo imprevisible, aún cuando todo en su música esté atado y bien atado. Y si no es él, está Daniel Maia, guitarra eléctrica y otros menesteres, por lo que pudiera suceder.

La música de Tom Zé es así: una máquina de precisión donde una pieza lleva a la otra, y a la siguiente. Lo imprevisible viene de la mano del propio artista. Tom Zé-dadá, working class hero, anti tropicalista y anti todo. Un punky, a su modo.

En su recital del sábado, Tom Zé ofreció una muestra cumplida de su nuevo disco, especie de tratado erótico sui generis, en el que explora la sexualidad infantil, o adolescente, a través de sus propios recuerdos: “las letras son absolutamente platónicas”, avisa, “las representaciones son absolutamente carnales”. El artista mete mano al maletín de avituallamiento que le acompaña para extraer del mismo un panty color puta-carmesí y calzárselo por encima del mono, con lo que da suelta a la mujer que todo hombre lleva dentro, o eso se supone. La cosa va de símbolos: el fondo de una guitarra previamente despiezada  es convertido en el objeto de los sueños húmedos del artista niño-adolescente. Cronista apresurado de la cotidianeidad, Tom Zé canta para hacernos más felices e inteligentes, o eso dice; y nosotros se lo agradecemos.

De sus anteriores actuaciones en suelo americano, sus composiciones inspiradas en las páginas amarillas y los avisos de la megafonía del metro neoyorquino. De su repertorio añejo, las clásicas “Cademar”, “Fliperama”, “Augusta, Angélica e Consolação”, “Menina, amanhã de manhã”... muestras de un genio movido por la curiosidad hacia cuanto le rodea: “a curiosidade inventó a humanidade”, explica el susodicho al auditorio en su medio inglés, como si fuéramos a entenderle.

A la salida, una pareja de voluntarias –éstas son otras- le llegan a uno una cartulina en la que se le pide su opinión sobre lo visto y oído, acompañado por un cuestionario personalizado: “¿se considera Vd. “hombre”, “mujer”, “transgénero” o “género no confirmado”?”. América, o sea. 

Chema García Martínez



Publicado en El País - Brasil

miércoles, 24 de mayo de 2017


!Buen viaje, amigo!

Joe Henderson

Javier Nombela
Badajoz, 1958 / Madrid, 2017


¿Quieren saber de jazz?: “escuchen” las fotografías de Javier Nombela.


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viernes, 28 de abril de 2017


The Geordie Approach


Salmones salvajes, saxofones indómitos

La segunda edición de Jazz & Cooking propone un encuentro entre el jazz de vanguardia y la alta cocina

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martes, 11 de abril de 2017

Y ahora, en español-castellano...


Kamasi Washington en el Teatro Municipal de Rio de Janeiro


Terabytes de jazz


Kamasi Washinton (Los Angeles, 1981) ha venido al mundo para rescatar el jazz del marasmo y a los señores del negocio de la ruina (según la encuesta de Nielsen, el jazz vende menos discos que la música para niños). Lo suyo viene a ser una reivindicación de la soberanía norteamericana sobre el peñón del jazz, sabido es que en otros lugares del mundo existe otro jazz autosuficiente/sustentable, pero eso los (norte)americanos no lo saben, ni les interesa.

Kamasi tocó el pasado jueves en el Teatro Municipal de Rio de Janeiro. Su primer concierto como solista en suelo brasileño fue también el primero del ciclo “Jazz All Nights”, con el que se pretende abastecer de jazz a una ciudad desesperadamente necesitada de ello. Hubiéranse necesitado 5 Teatros Municipales para acoger la demanda de localidades.

Artista épico y prosopopéyico, desmesurado y prolijo, K.W. vino a presentar su triple “The epic”, resultado de un mes de trabajo en el estudio, a razón de 16 horas por día: “salimos de aquellas sesiones con casi 3 terabytes de sonido” (equivalente a otros tantos billones de bytes).

Junto al saxofonista, lo que empezó siendo un septeto y resultó ser un noneto, con la presencia no anunciada de un trompetista y un percusionista, y un desiteto, palabra espantosa que algunos prefieren sustituir por “doble quinteto”, una vez su sumó al asunto el propio padre del artista, Ricky, o Rickey Washington (en esto, las Wikipedias no se pone de acuerdo), saxofonista de oficio. Prisionera en una celda de plástico translúcido a prueba de parásitos sonoros, la espigada Patrice Quinn puso su voz (poquita) y su abrir y cerrar de manos en forma de loto. A su lado, el orondo Battle Cat, en las labores que le son propias a todo  DJ; detrás, 2 baterías de músculo y pelo en pecho, valga la redundancia. Y, en medio, el líder, de sotana enlutada y melena leonina. Y la cosa, que arranca de aquella manera apocalíptica y abrumadora, wagneriana y paroxística. Música de pompa y circunstancia, con algo de litúrgica, y de letárgica. La imaginación de K.W. está poblada de sueños homéricos que bien pudieran venir de su pasión por el anime, o como resultado de una sobreexposición a “Game of trons”, de dónde que cada solo suyo es una toma de la Bastilla, con profusión de bramidos y sobreagudos a gusto del consumidor. Una vez concluido el asunto, vuelve al redil, dócil como un corderito. No hay que ser muy perspicaz para percibir que, bajo la sotana de Kamasi, existe una mano rectora que pone orden y administra tiempos.

Luego, que K.W. no toca nada que no haya sido tocado antes. Su música es, básicamente, retrospectiva y nostálgica, moderna, o sea; funky y hasta horterilla. Trabaja duro para arrancar la ovación aunque para ello tenga que recurrir a medios no del todo lícitos. En su aparatosidad, la música de K.W. “se entiende”, y esa es, acaso, la mayor de sus virtudes, y el mayor de sus defectos. El saxofonista toca mirando a la platea, así como Miles Davis se situaba de espaldas al respetable; saque cada quién sus conclusiones.

En su concierto del miércoles, no tocó su arreglo del “Claro de luna”, de Debussy, ni “Cherokee”, pero sí “Henrietta, our héroe”, dedicada a la abuela del artista. El público agradecido de por sí, respondió con el entusiasmo que se le supone, salvo algunos aficionados añosos, que aprovecharon para echarse una cabezadita en su butaca: la fiesta no iba con ellos.

Lo importante: que con K.W., el jazz ha dejado de ser la “mierda para estudiantes” de John Lennon para convertirse en flor de juventud, divino tesoro: “no sé lo que significa la palabra “jazz” en éste momento”, ha declarado el susodicho, “pero tengo que buscar mi propia definición con las personas que están a mi alrededor”.

El mismo día del concierto, K.W. asistió a la tradicional roda de samba en la Pedra do Sal y participó en una jam session con el panista João Donato. Se lo pasó en grande, Kamasi Washington en Rio de Janeiro.

Chema García Martínez

(publicado en El País-Brasil, el domingo 9 de abril de 2017)

domingo, 9 de abril de 2017


HOY EN EL PAÍS-BRASIL

Foto: JMGM

Kamasi Washington arrebata o jazz do marasmo no Rio de Janeiro

Teriam sido necessários 5 Theatros Municipais para dar conta da procura por entradas

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jueves, 6 de abril de 2017


Chet

En torno a “Born to be blue”


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martes, 14 de marzo de 2017




Andrea Motis & Joan Chamorro Group

Presenting New Album Emotional Dance




Date
Doors open
Show time
Venue
Availability
Price
20 March 2017
7:00pm
8:30pm
PizzaExpress Jazz Club (Soho)
Sold Out
£18.00
21 March 2017
7:00pm
8:30pm
PizzaExpress Jazz Club (Soho)
Sold Out
£18.00